Sin entrar a analizar con minucioso detalle todos los elementos que componen el escudo, si haremos referencia a los más destacados del mismo, que son las olas de color azul que aparecen en su parte inferior, y el brazo sosteniendo tres espigas doradas.
Las olas de agua hacen referencia a las aguas termosulfurosas que se encuentran en la parroquia de San Salvador de Francos. Estas aguas sin duda fueron las que dieron origen al nombre que aparece en las tablas de Ptolomeo, el cual nombra el territorio de Guntín coma Aqua Quintinae.
El otro elemento del escudo es el brazo que coge tres espigas. Sobre este elemento hay una historia que aparece referenciada en la obra "Argos Divina" sobre los cercos de la ciudad de Lugo, del Dr. Juan Pallares y Gayoso publicada en el año 1700. La historia cuenta que en tiempos de Alfonso II, El Casto (791-842) el conde de Pallares hizo una hazaña que salvó la ciudad de Lugo del asedio de los moros, que tal y como se cita en la obra trataban de entrar en ella. Se habla de que era el tiempo de la cosecha y de que los moros trataban de que por hambre la ciudad cayese rendida a sus deseos. Fue entonces cuando una noche y, sin que nadie lo viese, el mencionado conde de Pallares salió de la ciudad y segó un puñado de espigas que metió en dicha ciudad. A la mañana siguiente, cuando los moros ya se daban como vencedores, apareció el Conde de Pallares, armado, en lo alto de la muralla para arrojar las espigas que recogiera la noche anterior. El moro, al ver esto, pensó que lograran entrar refuerzos y provisiones en la ciudad que estaba asediando, por lo que acto seguido levantó el cerco al que tenía sometida la ciudad.
Las doradas espigas, como textualmente se cita en la obra de Juan Pallares, "aclamaron el merecimiento del valor del conde", cogiéndolas en una manopla, salpicadas de sangre, para el escudo de sus armas y primitiva casa solariega del coto de Francos, sobre el Miño y a dos léguas de la ciudad de Lugo. Como los once condes eran caudillos en las conquistas, tenían castillos a los que llamaron solares, tan antiguos que ya eran condes en los tiempos de los suevos, tal y como consta en el segundo Concilio lucense, donde están señalados los distritos.